“Esto saldrá mal, seguro…”
Todos hemos vivido alguna vez este tipo de proceso, pensar en algo que ocurrirá, sí o sí, hagamos lo que hagamos, y en su peor versión. Ocurrirá lo peor, se dará el escenario más catastrófico posible.
Este mecanismo proviene de la creencia de que solo si nos preocupamos por el futuro, estaremos protegidos y seremos menos vulnerables al peligro.
La paradoja es que el exceso de preocupación por acontecimientos futuros puede llegar a bloquearnos y hacer que nos pasen desapercibidos peligros verdaderos. Es el típico dicho de que las ramas no dejen ver el bosque.
Es cierto que pensar en lo que puede salir mal nos puede ayudar a trazar un plan para afrontar el acontecimiento. Pero cuando jugamos a adivinos y decimos que algo saldrá mal, y nos angustiamos con esa posibilidad, la preocupación deja de ser útil, se convierte en un lastre para nuestra capacidad de reaccionar frente a los acontecimientos.
Las personas que utilizan mucho este mecanismo dedican mucho tiempo y esfuerzo a pensar en cosas que probablemente nunca pasarán.
Incluso en esa situación, cuando una previsión falla, las personas que utilizan mucho la preocupación como medio de abordar el futuro, serán selectivos a la hora de contrastar los datos y seleccionarán solo aquellos que confirmen su predicción, descartando u olvidando aquellos que demuestren el fallo.
Además, tenemos que considerar que preocuparnos por si algo sale mal, contribuye a que salga mal. Incrementamos la atención a los detalles que indiquen el posible fallo, prestamos menos atención a los otros detalles que indican que no se da tal circunstancia, y acabamos con una profecía de autocumplimiento, es decir, con que favorecemos o provocamos que ocurra lo que hemos previsto.
Es el caso del adolescente que dice estar preocupado por el examen de acceso, ya que cree que no está preparado para superarlo, este pensamiento puede hacer que su intensidad de estudio, su esfuerzo y su activación cerebral para superar la prueba estén mermados, lo que ayudará a que no supere la prueba y se confirme su predicción.
El origen de esta tendencia puede tener fuertes lazos familiares, ya que en muchas familias se confunde la preocupación con el cariño y la protección, “me preocupo porque te quiero”, y despreocuparse, en esos entornos familiares, es visto como un defecto, un atentado contra la pertenencia al grupo.
Tenemos que tomar conciencia de estas creencias familiares porque en medio de la preocupación es difícil desarrollar la seguridad y la autonomía que necesitamos para funcionar de forma emocionalmente saludable en el mundo actual.
Espero que estas reflexiones, extraídas tras la lectura del libro “Lo bueno de tener un mal día” de Anabel Gonzalez, junto con la publicada sobre la rumiación y la que publicaré en breve sobre la evitación de la misma procedencia, os ayuden a ahorrar energía y a evitar el sufrimiento que acompaña a mecanismos contrarios a la sana regulación de nuestras emociones.
Luis Santamaria– Psicólogo coach