“No puedo parar de darle vueltas, estoy agotado…”
En algún momento de nuestra vida todos nos hemos visto así, dando vueltas y más vueltas a ideas, pensamientos, preocupaciones… cosas que, aunque no están en nuestras manos resolverlas en esos momentos, nos tienen completamente ocupados, haciéndonos consumir una importante cantidad de energía de nuestro cerebro. Tanta energía que acabamos mentalmente agotados.
Es lo que la psicología llama “mecanismo de rumiación”, y es uno de los problemas que tenemos a veces que encarar para regular nuestras emociones.
Resulta que el hecho de dar vueltas y más vueltas a una preocupación por algo que nos pasó o algo que nos está pasando ahora, no hace que esa preocupación se solucione, más bien al contrario, la rumiación la amplifica, la hace más grande.
Me estoy refiriendo a malestar físico o psíquico, a un problema o preocupación que mantenemos en nuestro foco de atención a la vez que nos decimos que no lo podemos soportar, que estamos mal por culpa de esos pensamientos o nos preguntamos ¿por qué me tiene que pasar esto a mí?
Cuando estamos en una situación como ésta no siempre somos conscientes del daño que este tipo de pensamientos nos puede producir, y para muchos que lo utilizan con mucha frecuencia es incluso lo normal, la forma de actuar frente a una dificultad.
En general, cuando utilizamos este mecanismo de rumiación, estamos buscando la solución racional a emociones y sensaciones que sentimos como inaceptables o inasumibles. Si además somos personas muy racionales, activamos la rumiación para resolver el tema desde el pensamiento lógico y racional. Estamos intentando que nuestras emociones incómodas encajen en nuestro esquema mental y en muchas ocasiones, las emociones y las preocupaciones se escapan a ese esquema.
Solo si permitimos que la emoción siga su curso y se manifieste, seremos capaces de detener el mecanismo de rumiación y superar la situación, haciendo, por ejemplo, que la tristeza que podamos sentir nos invada y permitamos darle salida a través del recogimiento y por qué no, de las lágrimas, aceptando que somos seres humanos y que tenemos nuestras limitaciones y debilidades, nuestros momentos de decaimiento.
Así, en lugar de intentar razonar y apartar un pensamiento poco agradable que nos hace “rumiar” hemos de intentar reconducirlo, llevarlo de lo que habitualmente nos decimos (¿por qué me pasa esto a mí?, estoy fatal, …) a lo que de verdad nos puede ayudar, es decir, a pensar en ideas que nos ayuden a superar la situación, a través principalmente de tratarnos bien con nuestros pensamientos, de ser amables con nosotros mismos y decirnos cosas como: “tengo derecho a sentirme mal”, “he estado así otras veces y he salido adelante”, etc.
Espero que estas reflexiones, extraídas tras la lectura del libro “Lo bueno de tener un mal día” de Anabel Gonzalez, junto con las que publicaré en breve sobre la preocupación y la evitación de la misma procedencia, os ayuden a ahorrar energía y a evitar el sufrimiento que acompaña a mecanismos contrarios a la sana regulación de nuestras emociones.
Luis Santamaria– Psicólogo coach