¿Te ha pasado alguna vez que, tras una interrupción aparentemente inofensiva —una notificación, un mensaje, un correo—, te cuesta volver a lo que estabas haciendo? No eres el único. Y no es casualidad.
Vivimos rodeados de estímulos que nos reclaman atención a cada instante. Lo que quizás no sabías es que cada una de esas interrupciones tiene un coste mucho mayor del que parece. Afecta a nuestra concentración, a nuestra memoria, a nuestras emociones… y, al final, a nuestra eficacia personal y profesional. Por suerte, entender cómo responde nuestro cerebro puede ayudarnos a gestionar mejor estas distracciones y recuperar el control.
Cuando una distracción aparece, nuestro cerebro no simplemente "pausa" lo que estábamos haciendo. Tiene que desviar recursos, procesar el nuevo estímulo, y luego volver a recuperar el hilo anterior. Este vaivén no es gratuito.
La corteza prefrontal dorsolateral —una zona clave para el control cognitivo y la toma de decisiones— sufre una sobrecarga cada vez que cambiamos de foco. Lo que provoca que tardemos más en terminar las tareas, cometamos más errores y acabemos el día con la sensación de haber hecho muchas cosas… pero sin haber terminado ninguna.
Fragmentar la atención también fragmenta nuestra memoria (y nuestro bienestar). La llamada “memoria de trabajo”, esa que usamos para pensar activamente, tomar decisiones rápidas o resolver problemas, también sufre cuando nos interrumpen. Nos cuesta más retener nformación, aprender algo nuevo o realizar tareas que requieren concentración sostenida. Y eso no solo afecta al rendimiento. También repercute en nuestras emociones. La sensación de no avanzar genera frustración. La sobrecarga mental alimenta el estrés. Y la incertidumbre de no controlar el día dispara nuestra ansiedad. Todo esto activa la amígdala, el “centinela emocional” del cerebro, que interpreta las interrupciones como amenazas a nuestra estabilidad.
Paul MacLean propuso un modelo que, aunque de forma simplificada, nos ayuda a entender lo que ocurre cuando nos distraemos:
En conjunto, lo que parece una interrupción banal, como un “ping” del móvil, genera un auténtico desajuste en nuestro equilibrio cognitivo.
Quizá pienses que puedes con todo, que eres de los que hace varias cosas a la vez. Pero la ciencia es clara: el multitasking no funciona. No solo reduce el rendimiento, sino que puede afectar físicamente al cerebro, reduciendo incluso la materia gris en áreas clave para la autorregulación. Y no subestimes las notificaciones. Aunque duren segundos, su impacto se acumula. Cada una fragmenta un poco más tu atención, tu energía y tu motivación.
Gestionar bien la atención no es solo una cuestión de productividad: es autocuidado mental.
Algunas ideas prácticas:
Pequeños cambios en tu rutina pueden tener un impacto enorme en tu bienestar y rendimiento. Y recuerda: proteger tu atención es proteger tu salud mental.