En las empresas hablamos mucho de innovación, creatividad o liderazgo, pero muy poco de algo más básico y decisivo: la tolerancia. La tolerancia hacia las ideas de los demás, hacia perspectivas distintas, hacia formas de trabajar que no siempre encajan con las nuestras.
Un valor que parece simple… hasta que nos toca aplicarlo.
Porque, aunque nos cueste reconocerlo, a nuestro cerebro no le gustan demasiado las diferencias. No está diseñado para abrazar lo nuevo, sino para detectar amenazas. Y ahí empieza el conflicto.
El cerebro y la intolerancia: una reacción más emocional que racional
Cuando escuchamos una idea que cuestiona la nuestra o nos saca de lo conocido, ocurre algo muy humano:
Es decir: en esos primeros segundos, rechazamos la idea porque nos incomoda, no porque sea mala.
Nuestro cerebro interpreta la diferencia como una posible amenaza, y la amenaza siempre genera una emoción: miedo, tensión, rechazo.
Decimos “hay que ser tolerantes”, pero la tolerancia no es un valor abstracto: es una competencia de regulación emocional.
Cuando alguien propone algo distinto, puede aparecer:
La tolerancia ocurre cuando somos capaces de sentir esa emoción y, aun así, escuchar sin cerrarnos. Es un acto de autocontrol. Un acto de madurez emocional. Y, sobre todo, un acto de liderazgo.
Los líderes que toleran ideas distintas generan entornos psicológicamente seguros.
Y la neurociencia nos muestra algo clave: cuando aceptamos puntos de vista diferentes y permitimos la participación, se libera oxitocina, la molécula de la confianza.
Esto, según las investigaciones de P.J. Zak, tiene consecuencias muy reales en la empresa:
Los equipos innovadores no son los que tienen más talento, sino los que tienen más tolerancia al desacuerdo.
Si observamos lo que ocurre en los procesos de atención al cliente (Interno o externo),
solo cuando entendemos la emoción del otro —su “dolor”, su “placer”, sus motivos reales— podemos conectar de verdad.
Pero eso solo es posible cuando desarrollamos la tolerancia necesaria para escuchar sin filtros,
sin saltar a conclusiones, sin defender automáticamente nuestros esquemas.
Un equipo que tolera la diversidad interna será mucho más capaz de entender y anticipar las necesidades de las personas con las que trate.
La tolerancia no consiste en estar de acuerdo con todo.
Consiste en permitir que la diferencia exista, sin que nuestro miedo tome el control.
En un mundo donde todo cambia —clientes, tecnología, mercados, expectativas—,
la tolerancia no es solo un principio moral: es una competencia estratégica para liderar, innovar y construir confianza.
El Día de la Tolerancia nos recuerda algo simple y profundo:
cada idea ajena que rechazamos por puro reflejo emocional puede ser un pedazo del futuro que aún no somos capaces de ver.
En nuestros cursos de desarrollo de liderazgo, damos importancia a la escucha de las ideas de los demás, al fomento de la participación de los colaboradores en el desarrollo del equipo, y a la aceptación de lo diverso como fuente de riqueza para el equipo.
Si quieres tener más información al respecto del contenido de esos programas de desarrollo, ponte en contacto con nosotros.
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