Maria Callas, una de las mejores voces del siglo XX, fue una niña que se consumía por carencias afectivas en un orfanato de Nueva York. Georges Brassens fue un chico descarriado que, gracias a un profesor de bachillerato, descubrió la poesía, a través de la cual canalizó su rebeldía…
Estos son solo dos ejemplos de resiliencia que se citan en el libro “Los Patitos Feos” de Boris Cyrulnick, que es probablemente la voz más consistente para hablar de esa cualidad, y su mayor divulgador.
Según Cyrulnick, “La resiliencia no es un catálogo de cualidades que pueda poseer un individuo. Es un proceso que, desde el nacimiento hasta la muerte, nos teje sin cesar, uniéndonos a nuestro entorno.”
(Este artículo viene del anterior publicado en este blog: Resiliencia (I): ¿La respuesta a la crisis del coronavirus?)
Pero ¿Qué es la resiliencia?
Resiliencia es la capacidad de los seres humanos para superar períodos de dolor emocional y situaciones adversas, saliendo fortalecidos de ellas.
La doctora Rafaela Santos, neuropsiquiatra, Presidenta del Instituto Español de Resiliencia, propone: “Hay que trabajar el desarrollo de la resiliencia como la capacidad de saber afrontar las adversidades de la vida y fortalecerse; no solamente resistir, aguantar, sufrir…, sino aprender que forman parte de la vida”
Es decir, que las adversidades forman parte inseparable de la vida y la resiliencia no es algo con lo que se nace, sino que se tiene que “trabajar para desarrollarla” y favorecer que sea la respuesta adecuada.
¿Qué nos dice la neurociencia sobre la resiliencia?
La neurociencia considera que las personas con mayor grado de resiliencia se comportan de forma más emocionalmente equilibrada frente a las situaciones estresantes, soportando mejor la presión. Esto les hace sentir una sensación de control frente a acontecimientos adversos y una mayor capacidad para afrontar esas situaciones difíciles y estresantes.
Desde un punto de vista más biológico, la resiliencia produce también una respuesta a nivel neurofisiológico y endocrino, como reacción a estímulos ambientales.
Se ha constatado que el simple hecho de recordar un trauma o una situación de estrés, así como vivirlo, produce activaciones de diversas partes del cerebro, en concreto de las áreas responsables de la memoria y la vigilancia: en primer lugar, de los núcleos de la amígdala, del hipocampo, y un poco más tarde, del córtex pre-frontal.
Se produce una activación bidireccional entre cada uno de los tres elementos cuerpo-mente-emoción, en la que cualquier recuerdo de una situación estresante provocará una reacción de nuestro cuerpo, y cualquier situación física en la que experimentemos sufrimiento activará nuestra mente, y ambas darán lugar a una respuesta emocional.
El sufrimiento psicológico provocará en nosotros modificaciones bioquímicas, que se pueden detectar en los análisis de saliva, por ejemplo, entre las que destaca el aumento del cortisol, que indica un incremento de la vigilancia o del estado de hiperalerta, así como de la focalización en el problema.
El exceso de cortisol implica: déficits en el desarrollo y la reproducción celular, así como en la reducción de respuestas inmunes adecuadas. Esto explicaría (al menos parcialmente) lo observado en gente sometida a estrés intenso o de larga duración: disminución del pensamiento asertivo, menor creatividad y proactividad, frecuencia de ideas estereotipadas (repetición de esquemas), así como disfunciones sexuales.
Además, en estas circunstancias, nuestro cerebro activa el sistema neuronal de cumplimiento (TPN) (TPN: siglas en inglés por su nombre técnico que es Task Positive Network), que nos pone en modo cumplimentar formularios, seguir protocolos y sobre todo no arriesgar, hacer las cosas según lo establecido para protegernos. Es el sistema que se activa en situaciones de peligro, como respuesta de supervivencia, en momentos en los que nuestro cerebro considera que no debemos malgastar tiempo y energía en buscar nuevas soluciones, que tenemos que hacer lo que sabemos que funciona. Este sistema es necesario para sobrevivir en situaciones de peligro, pero mantenerlo activado de forma constante, como ocurre cuando estamos sometidos a un fuerte estrés o a situaciones dramáticas continuadas, resulta dañino para nuestra salud y frena nuestra capacidad de aprender en situaciones en las que se requiere una respuesta innovadora.
En síntesis: el cortisol atenta contra la resiliencia. Fortalecer nuestra resiliencia también repercute por tanto en el estado de salud física.
Cuando conseguimos conectar con nuestro entorno, con las personas que nos rodean y que suponen un referente, o nos planteamos la dificultad que nos asalta como un reto al que tenemos que hacer frente, nuestro cerebro advierte que estamos ante una situación de entrenamiento, de aprendizaje, y activa otros sistemas y circuitos que nos ayudan a salir reforzados de la situación.
Nos estamos refiriendo al sistema oxitocina-dopamina-serotonina y a las endorfinas, sustancias que favorecen la relación con otras personas, nos dan energía para repetir lo que nos favorece y nos proporcionan bienestar, a la vez que nuestro cerebro activa el sistema neuronal de creatividad (DMN) (DMN: siglas en inglés por su nombre técnico que es Default Mode Network), que activa las conexiones cerebrales, favorece la neuroplasticidad, es decir, la creación de nuevos circuitos o nuevas respuestas a las circunstancias, y todo ello en un entorno de apertura mental a nuevas ideas. Es evidente que este estado es el adecuado para actuar de forma resiliente o, dicho de otra manera, sin este estado no es posible ser resiliente.
Este sistema de creatividad es antagónico con el sistema de cumplimiento, y es lógico ya que, o bien estamos salvándonos de una situación en la que peligra nuestra supervivencia, o bien estamos ideando formas nuevas de resolver situaciones. La primera opción es tan fuerte, y la tenemos tan arraigada, que anula cualquier otra opción. Así que lo primero que debemos hacer para no estar bloqueados frente a los retos constantes que nos plantea la vida, es activar nuestro sistema neuronal de la creatividad. El contacto con otras personas que apreciemos, la alegría, el pensar en positivo, son algunas de las formas que tenemos para activarlo.
Decálogo de características de las personas resilientes
Las personas que han mostrado tener un alto nivel de resiliencia muestran una serie de características que les han permitido comportarse de esa forma, hemos seleccionado las diez que consideramos más importantes en el siguiente decálogo:
Conocerse bien a uno mismo, conocer nuestras fortalezas y nuestras debilidades, resulta imprescindible para que se genere la resiliencia.
Ser conscientes de las debilidades y de las capacidades nos ayuda a determinar nuestros objetivos de una manera más realista y eficaz.
Permite que sepamos hasta dónde podemos llegar y cuándo es necesario que pidamos ayuda, que busquemos el apoyo del equipo o de otras personas.
El autoconocimiento también ayuda a identificar y expresar las emociones, tan importantes en momentos de sufrimiento, situaciones estresantes o dolorosas.
Nos permite identificar emociones que nos estén haciendo daño, como la rabia que puede provocar que nos comportemos de forma poco adecuada si no sabemos controlarla y canalizarla hacia acciones positivas.
Conocernos bien, en definitiva, puede ayudarnos a reforzar nuestra autoestima y nuestra autoconfianza, ambas necesarias para salir de situaciones difíciles con un aprendizaje para nuestra vida, es decir con resiliencia.
Las personas con mayor conocimiento de sí mismas y mayor conciencia de la realidad, han demostrado tener mayor eficacia para procesar los traumas y los factores estresantes.
El autoconocimiento hace que conozcamos mejor también nuestras limitaciones, nuestras ideas o pensamientos limitantes, por lo que sabremos en qué terrenos tendremos que ser más cautelosos o necesitaremos realizar más cambios si queremos tener éxito en nuestra misión, si ésta tiene mucho que ver con esas limitaciones.
¿Cómo aumentarlo?
Reflexionar sobre nosotros mismos, pensar en qué nos frena para hacer una tarea, analizar de dónde viene y por qué tenemos ese miedo, esa rabia, esa tristeza o esa alegría, etc.
Frente a limitaciones, podemos pensar en ocasiones en las que hayamos sido capaces de enfrentarnos a situaciones similares, romper los pensamientos categóricos de “siempre” o “nunca”: “siempre me ocurre lo mismo…” ¿siempre? ¿no ha habido ninguna excepción?
También podemos “reencuadrar”, es decir, buscar otras interpretaciones o formas de ver la situación, eso nos puede ayudar a encontrar soluciones y a constatar que tenemos más recursos de los que normalmente aceptamos tener.
Éstas son algunas de las cosas que podemos hacer para aumentar el conocimiento que tenemos de nosotros mismos.
Asumir la responsabilidad de nuestros actos, así como del impacto que éstos puedan tener en las cosas que suceden a nuestro alrededor, es una característica importante de las personas resilientes.
El pensamiento de que las cosas pasan por puro azar y que no tenemos control alguno y, por lo tanto, no tenemos ninguna responsabilidad sobre los acontecimientos, forma parte del papel de víctima que muestran muchas personas con escasa resiliencia.
Creer que puedo influir y que influyo en lo que sucede, me hace más fuerte, refuerza mi autoestima y me ayuda a resolver conflictos de una forma diferente.
No se trata de controlar las situaciones, sino las emociones que éstas me provocan. Intentar controlar todas las circunstancias de la vida supone una de las mayores fuentes de ansiedad y de estrés en nuestros días. Nos sentimos culpables e inseguros por todo lo que pasa, tenemos la sensación de que algo habremos hecho mal para estar en la situación complicada en la que estamos. Ese sentimiento de culpabilidad, además de estéril, supone una fuerte carga para el cerebro, que no descansa buscando los motivos o los actos que nos han llevado a la situación.
Las personas con capacidad de resiliencia saben que no es posible controlar todas las situaciones, han desarrollado la capacidad de mantenerse bien en entornos de incertidumbre, sentirse bien en situaciones en las que tienen poco o ningún control. Ponen el foco en gestionar sus emociones y el impacto que las situaciones tienen en su estabilidad emocional y especialmente en controlar las emociones que les hacen sentir mal.
¿Cómo aumentarla?
Podemos analizar las situaciones separando los hechos de las emociones, ver hasta qué punto somos responsables de lo que ha ocurrido y qué parte hay de percepción emocional de la situación que pueda distorsionar la visión global de la misma.
El ser humano comete errores, y nuestra actuación siempre tiene consecuencias, en ocasiones no deseadas. Asumir esta parte de responsabilidad ayuda a gestionar mejor las emociones negativas que provocan esas mismas acciones.
Intentar ver la situación de la forma más objetiva posible, desde una perspectiva más amplia, separar que hayamos finalizado mal un informe, hayamos roto algo, etc. del sentimiento de miedo a una represalia, nos ayudará a gestionar de forma resiliente la situación. Podemos ponernos en marcha y revisar el informe hasta arreglarlo, comprar de nuevo lo que hemos roto, etc., pero si nos quedamos en la parálisis que puede provocar el miedo a nuestra actuación, no saldremos adelante.
Las personas resilientes se caracterizan también por su sentido del humor. Son capaces de reírse de las adversidades y de hacer broma de las situaciones difíciles, y eso les ayuda a superarlas.
Frente a una situación dolorosa, desmotivadora o compleja, las personas con alto nivel de resiliencia pueden ver más allá de esos momentos y no desfallecer.
Asumen las crisis como oportunidades para aprender, generar cambio y crecer. Son conscientes de que la situación no durará para siempre y que su forma de afrontarla tendrá un claro impacto en los efectos que tenga en ella misma.
Frente a la adversidad, se preguntan: ¿qué puedo aprender de esto?
La risa y el sentido del humor son sus mejores aliados, ya que suponen una aproximación optimista al tema, que favorece la focalización en los aspectos positivos de cualquier situación.
Ese enfoque hacia lo positivo hace que aparezcan opciones que hasta ese momento han estado ocultas y evita la destructiva queja constante.
La creencia de ser capaz de aprender de cualquier situación, por difícil o compleja que sea, tanto de lo positivo como de lo negativo, permite al resiliente seguir creciendo y madurando a lo largo de su vida.
¿Cómo aumentarlo?
El reenfoque de las situaciones suele ser una práctica muy útil. Cuando nos vemos en un entorno en el que todo parece ser negativo, desastroso, parar y preguntarse: ¿Hay otra forma de ver esta situación? ¿Qué efectos positivos podría tener a medio y largo plazo? ¿Qué lección o aprendizaje puedo sacar de esta nefasta situación?
Son preguntas que nos pueden ayudar a recalcular nuestra ruta y posibilitar el tomar otro rumbo, en lugar de dejarse llevar por la corriente del desastre.
Plantearse lo peor que pueda pasar y a partir de ahí, relativizar y aplicar las probabilidades de que todo, siempre, inevitablemente salga mal. Eso suele dar un margen para ver algún atisbo de optimismo en el horizonte.
Tengamos en cuenta que el sentido del humor, la risa, y el bienestar activan de forma inmediata el sistema neuronal de creatividad que antes hemos comentado, además de activar el sistema hormonal de la oxitocina, por lo que actuar con sentido del humor nos ayudará a tener más recursos para afrontar las situaciones difíciles.
Ser consciente del aquí y ahora. Pasamos gran parte del tiempo con ideas sobre lo que pasó, por qué, qué provocó que pasara, etc. y todo ese trabajo mental es bueno si se circunscribe a la búsqueda de razones para comprender las cosas que nos han ocurrido y tomar decisiones sobre cómo reaccionar.
Si esa búsqueda en el pasado es solo para encontrar el consuelo de la disculpa, la justificación, etc., no es nada productiva ya que el pasado no lo podemos cambiar, solo podemos manipularlo para darnos la razón o para “machacarnos” con el peso de la culpa.
Las personas resilientes solo utilizan el pasado para comprender los hechos que ocurrieron, tampoco se pierden en la incertidumbre que representa el futuro, en lo que vendrá, pero aún no está sucediendo. Viven en el aquí y ahora. Es muy importante y práctico en momentos de crisis evitar situar nuestra mente en el pasado o en el futuro, ya que nuestra capacidad de actuación es nula en ambos casos.
Como en el mindfulness, la atención y la energía deben concentrarse en el momento en el que estamos, en el presente.
Dedicarnos a pensar en lo que podemos hacer en el momento en el que estamos, focalizándonos en los pequeños detalles y manteniendo la capacidad de asombrarnos ante la vida, enfocándonos en los aspectos positivos que nos ofrece cualquier situación, sea ésta complicada o no. Esta focalización nos proporcionará la energía necesaria para actuar con todo el potencial de nuestra mente. Las personas con alto nivel de resiliencia, aun no siendo necesariamente expertas en mindfulness, saben centrarse en la tarea que les ocupa en el presente.
¿Cómo aumentarla?
Contrariamente a lo que se difundió durante bastante tiempo, la multitarea, lejos de ser una ventaja, consiste en un gran hándicap, ya que el cerebro, que puede atender diferentes tareas a la vez, reduce sensiblemente su capacidad al tener que prestar atención a diferentes temas. Suele ser más eficaz, dedicarse en cuerpo y alma a un tema, acabarlo y pasar nuestra atención al siguiente.
Evitar las situaciones de estrés y de multitarea puede ayudarnos a conseguir mejores resultados y aportarnos mejores experiencias para aprender. En muchas ocasiones, ayuda tan solo una gestión correcta de la agenda, dedicando tiempo a cada tema, pero evitando las interrupciones o cruces de tareas, que obligan a cambiar nuestra concentración entre asuntos.
Una práctica habitual durante la meditación es apartar de la mente los pensamientos del pasado y del futuro, dándoles las gracias por venir, pero no dedicando tiempo a ellos.
Pequeñas prácticas de meditación, que podemos encontrar en infinidad de publicaciones sobre mindfulness, nos pueden ayudar a aumentar nuestra conciencia del presente.
Las personas resilientes son individuos que practican la objetividad, pero siempre desde una óptica más bien optimista.
El optimismo es una poderosa fuente de energía y potencial mental. Activa el circuito hormonal de la oxitocina-dopamina-serotonina que nos aúna, nos conforta, nos activa y hace que nos sintamos bien.
Por otro lado, también pone en marcha el sistema neuronal de creatividad, el antes citado DMN, que nos hace tener mayor apertura a nuevas ideas y soluciones, a la creatividad en sí.
Al tener un buen autoconocimiento, las personas resilientes son conscientes de sus fortalezas y sus debilidades, de que las cosas no son absolutamente buenas o malas. Ese conocimiento les permite alejarse de esos extremos y afrontar las situaciones con una perspectiva más bien positiva, aunque se trate de una situación difícil para ellos, valorando lo que les puede aportar como crecimiento personal, por lo que podemos afirmar que viven las dificultades como si se tratara de retos.
Todo tiene su lado positivo, aunque a veces sea francamente difícil identificarlo, aun así, las personas resilientes buscan la luz en los momentos más oscuros o piensan que mañana será un día mejor.
Ese optimismo activa los circuitos hormonales y neuronales antes comentados y ayuda a que localicemos y nos relacionemos con otras personas optimistas. Los resilientes cultivan sus amistades y a la vez evitan a los “vampiros emocionales”, individuos más centrados en el pesimismo, que quitan la energía y la ilusión a las personas con las que se relacionan, sin que esa energía sustraída tenga un destino conocido, generalmente es energía perdida.
La red de apoyo creada por las personas resilientes resulta de gran ayuda en momentos críticos o de gran dificultad.
¿Cómo aumentarlos?
Buscando constantemente la parte positiva u optimista de las cosas. Todo tiene su parte positiva, siempre podemos aprender algo positivo de cualquier situación, pero muchas veces no nos paramos a descubrirlo.
Una forma de actuar para fomentar el optimismo y la positividad consiste en dibujar tres columnas en un papel, en la primera describiremos la situación que nos está afectando, en la segunda escribiremos lo peor que puede resultar de esa situación y en la tercera, las cosas buenas que se puedan derivar de la misma. Éste es un sencillo ejercicio que nos puede ayudar a identificar cosas buenas y oportunidades en situaciones que nos parezcan negativas. A la vez que nuestro cerebro extrae a través de la escritura lo que le preocupa, lo peor que pudiera ocurrir, se va liberando de ideas negativas, lo que le permite empezar a pensar en cosas positivas…
Las personas resilientes tienen claro lo que quieren conseguir, y son conscientes de qué recursos les pueden ayudar y qué limitaciones pueden dificultar su tarea.
A pesar de tener objetivos fuertemente establecidos, los resilientes tienen suficiente seguridad en sí mismos, lo que les permite ser flexibles y no cerrarse a los cambios, son capaces de ir rectificando su meta y aceptando nuevos enfoques de cómo alcanzarla.
Disponer de un propósito o meta que les resulte importante para su vida les hace adoptar una actitud que les permite ir reenfocando o redirigiendo su trayectoria a fin de acertar con el objetivo vital perseguido.
Son capaces de escuchar y están dispuestos a considerar las diversas alternativas que se les pueden ir planteando, sin obstinarse demasiado con los planes iniciales.
Son conscientes de que la vida está en constante cambio, y que la adaptación con la adecuada flexibilidad es la única opción de la persona que pretenda salir con éxito de cualquier aventura vital.
Para ello, los resilientes necesitan relacionarse con otras personas, ya que el aislamiento social favorece la pérdida de flexibilidad y reduce la amplitud de miras.
¿Cómo aumentarla?
Entrenarse en realizar cambios positivos en los planes de acción suele ser una buena práctica para mejorar la flexibilidad.
La inflexibilidad suele ser consecuencia de la inseguridad, es decir de un cierto miedo de que al cambiar algo no se consiga el objetivo prefijado y suele ocurrir lo contrario, que muchas veces, por no realizar pequeños cambios, nuestra trayectoria se va alejando del objetivo buscado. Tenemos que mantenernos al timón y aplicar pequeños cambios al rumbo, según la dirección y la intensidad del viento.
Para practicarlo, tras establecer un plan para conseguir un objetivo, podemos realizar planes de contingencia orientados a qué hacer si se dan circunstancias que puedan alterar el objetivo inicial.
Esos planes alternativos preparados son un buen ejemplo de los cambios que podríamos afrontar y para los que estaremos preparados en caso de necesidad.
Que las personas resilientes sean flexibles no significa que abandonen sus propósitos y metas a la primera dificultad. Al contrario, los resilientes se distinguen por su capacidad de lucha, de resurgir en situaciones de extrema dificultad, pero cuando constatan que todo o parte del plan ha perdido sentido, cambian el rumbo sin que eso suponga una crisis profunda para sus valores e ideales.
No abandonan el objetivo, recalculan la ruta, como ocurre con los navegadores que utilizamos en nuestros desplazamientos, y continúan avanzando hacia lo que consideran adecuado, adaptando el plan en lo necesario.
Nada les detiene, pero nada les retiene en ideas o procesos que ya no sean válidos. No luchan contra imposibles, identifican el curso de la corriente adecuada y fluyen con ella hacia el destino deseado.
Las personas resilientes tienen una fuerte motivación intrínseca que les ayuda a tener determinación, mantenerse en el logro que tengan decidido y luchar por aquello que quieren para su vida.
¿Cómo aumentarla?
Monitorizar el destino de nuestra pretendida actuación. Mantener bajo análisis el plan para alcanzar el objetivo que nos proponemos, no obcecarnos en nuestra primera idea, sino mantenerla en constante evaluación, a la vez que no nos detenemos en ningún momento en nuestro avance. Ésta puede ser la fórmula a utilizar para conseguir aumentar nuestra perseverancia.
La clave para ser perseverantes es tener claro que deseamos avanzar, mejorar y llegar a nuestro objetivo. Tampoco el punto exacto marcado como objetivo debe ser considerado como inamovible. Si constatamos que las circunstancias han cambiado, utilizaremos nuestra flexibilidad para ajustar la meta en lo que sea necesario. Pero en ningún caso abandonaremos el propósito si consideramos que tanto el proceso de mejora como el logro final son importantes para nuestro desarrollo. Es aquello de que: lo importante es el viaje, no tanto el destino.
Avancemos sin pausa hacia la mejora que nos propongamos, con la flexibilidad que sea necesaria, pero sin desfallecer, perseverando en nuestro movimiento.
Puede ser interesante realizar puntos de revisión del plan en los que paremos un momento, revisemos nuestro objetivo, lo avanzado y establezcamos los siguientes pasos. Esos “checkpoints” pueden ayudarnos tanto a establecer de forma periódica los siguientes pasos a dar en nuestro plan para seguir avanzando hacia la meta, como a ajustarla si fuera necesario.
Las emociones forman parte indivisible y constante de todas las situaciones. Cuando nos enfrentamos a cualquier situación complicada, además de los hechos en sí, tenemos siempre presentes las emociones que provocan esos hechos.
Esas emociones están marcadas por la forma que cada uno tiene de vivir determinada situación, aunque se trate de una situación global. Cada persona lo vivirá a su forma y de acuerdo con su bagaje emocional, con su inteligencia emocional.
Las personas resilientes intentan controlar sus emociones, no las situaciones.
Porque las situaciones muchas veces nos vienen dadas y podemos cambiar poco o nada. Sin embargo, la forma como afrontamos las emociones que nos provocan esas situaciones, sí entra en el rango de lo que podemos modificar.
La incertidumbre que puede provocar una situación de conflicto global, como el que ha provocado la pandemia del coronavirus, hace que reaccionemos frente a una amenaza, es decir, que tengamos la emoción de miedo.
Vivir la situación con miedo provocará reacciones hormonales, como la segregación de cortisol, la hormona del estrés, y como ya hemos comentado, activará el sistema neuronal de cumplimiento (TPN) que nos limita a tareas rutinarias y tendrá un impacto negativo a nivel corporal en nuestro sistema circulatorio, en nuestro sistema inmunológico, y a nivel mental, una reducción de nuestra capacidad para encontrar soluciones. Seremos víctimas del conflicto.
Sin embargo, si controlamos nuestra emocionalidad, como hacen las personas resilientes, y afrontamos la incertidumbre como si se tratara de un reto, nuestro cuerpo responderá segregando oxitocina, dopamina y serotonina, y activando el sistema neuronal de creatividad, lo que tendrá los efectos contrarios a los descritos a nivel cardiovascular, inmunológico, y aumentará la cantidad de soluciones posibles que nos lleven a salir reforzados de la situación, es decir, que nos ayudará a ser más resilientes.
¿Cómo aumentarla?
La emoción es una respuesta de nuestro cerebro emocional, el cerebro límbico, y funciona a una velocidad extremadamente alta, tanto que la reacción se produce antes de que seamos conscientes de ella. A continuación, unos milisegundos más tarde, interviene el córtex pre-frontal, que introduce una valoración de la reacción y modula la misma.
Si dejamos un poco de tiempo de reflexión, para entender la emoción que nos asalta, permitiremos esa valoración que nos hace nuestro cerebro pensante, el neocórtex. Esa pausa, de apenas segundos, hará que gestionemos de una forma mucho más adecuada nuestra emocionalidad. En definitiva, es respirar hondo antes de reaccionar, y a continuación hacer una mínima reflexión sobre la emoción que nos asalta, permitiéndola en muchas ocasiones, ya que será la reacción adecuada, pero dándonos también la oportunidad de poder frenar las manifestaciones inadecuadas.
El ser humano es básicamente social. Y estamos viviendo una situación que impide esa llevar a cabo esa necesidad humana, la pandemia del coronavirus. La forma que tenemos de afrontar la pandemia es el confinamiento. Como máximo, disponemos de los miembros de la familia con la que compartimos casa para socializar, lo que puede llegar en algunos casos a ser la completa soledad, estar solo con la pareja, con los hijos, con los padres… En cualquier caso, muchas menos personas de con las que solemos interactuar en la vida normal, incluso en el desconfinamiento se recomienda la distanciación social.
Los intercambios con otras personas no solo sirven para sentirnos mejor por el efecto socializante, sino que nos aportan conocimiento, estímulos que nos permiten seguir creciendo, modelos a los que seguir o imitar, etc. La relación con los demás ofrece a nuestro cerebro estímulos que mantienen activa la curiosidad, elemento muy importante para una vida mental sana.
Una de las cosas que hemos aprendido con la situación de confinamiento es la importancia de disponer de una buena red social, una red de apoyo que nos pueda sostener en momentos de crisis como la que estamos viviendo.
Para no perder el impacto de nuestra red y conseguir el efecto positivo que nos puede aportar, hemos redescubierto, o en algunos casos descubierto o inaugurado el uso de las videoconferencias, que más allá del ámbito laboral o para conectar con familiares desplazados, también sirven para mantener el contacto con familiares y amigos en estos momentos de confinamiento.
Por cualquier medio, es importante para la resiliencia mantener abiertos los canales de comunicación para no perder, sino al contrario, fortalecer los lazos que nos unen con las demás personas de nuestro círculo, de nuestra red de apoyo.
¿Cómo aumentarla?
Maximizar el uso de los medios virtuales, buscar la forma de mantenernos en contacto con nuestros amigos y, cómo no, contactar con nuestros familiares, es la forma que tenemos en estos momentos de socializar.
Cualquier aplicación de teleconferencia que en estos momentos nos esté permitiendo contactar con los demás, puede ayudarnos a cubrir esta necesidad humana.
A pesar de que el contacto virtual no estimula tanto nuestra emocionalidad y puede ser literalmente más “distante”, no es cierto que no pueda ejercer un efecto positivo en nosotros y emocionarnos, ¿quién no se ha emocionado con alguna película?
Lo importante es contactar.
La creatividad es necesaria para conseguir ser resiliente. Por definición, la resiliencia supone sobrellevar una situación difícil saliendo reforzado, habiendo aprendido algo nuevo.
Ese “algo nuevo” es una forma diferente de hacer las cosas, por lo que, para ser resiliente, se requiere una dosis de cambio adaptativo.
Esto puede sonar a habilidad “solo al alcance de unos pocos”, o bien, podemos pensar: “yo no soy nada creativo”, pero eso no es cierto.
Todos somos creativos…, pero ocurre que muchas veces tenemos nuestra creatividad bloqueada, principalmente porque estamos funcionando bajo la influencia del sistema neuronal del cumplimiento, aquél que nos limita a seguir patrones, repetir procedimientos y cumplimentar formularios, sistema que, como comentamos al principio de este documento, resulta antagónico o bloqueante del sistema neuronal de la creatividad.
Este sistema de la creatividad (DMN) activa nuestro cerebro haciendo que se produzcan nuevas conexiones, se generen ideas y se active la plasticidad cerebral, que consiste en la creación de nuevos circuitos cerebrales que generan nuevas formas de reaccionar.
¿Cómo aumentarla?
Todos podemos activar estos procesos creativos, para ello solo hace falta que gestionemos la emoción de miedo y todas sus variantes (incertidumbre, inseguridad, agobio, estrés…) a través de “ponernos en marcha”, es decir, analizar la situación y empezar a escribir o plasmar de una forma “física” (papel, pizarra, ordenador…) nuestros planes para el día a día, y muy especialmente en la situación en la que nos encontramos, para el día después de la pandemia.
Podemos ayudar a la activación del sistema de la creatividad a través de nuestro cuerpo, moviéndonos, haciendo algo de ejercicio, que hará que nos sintamos mejor, y a través de las personas con las que nos podamos relacionar.
Cualquier comunicación con las personas que comparten confinamiento, tomarnos las cosas con sentido del humor, aún en una situación tan difícil como ésta en la que estamos, mirar el futuro con optimismo y positividad, todo ello provocará la segregación de oxitocina, y como ya hemos comentado, esta hormona estimula la liberación de la dopamina (recompensa) y de la serotonina (bienestar), y activa el sistema de la creatividad.
Recordemos que las conversaciones telemáticas con personas queridas estimulan nuestras emociones y activan estos circuitos que llevan a la creatividad, y por lo tanto a fomentar la resiliencia.
En conclusión
La resiliencia puede y debe ser la respuesta a situaciones complejas y difíciles como la que estamos padeciendo a nivel global, pero la resiliencia no nos viene de serie, tenemos que trabajarla, no dejarnos llevar por la rutina o lo que ya sabemos y hacemos, sino que debemos salir de nuestro entorno de confort y afrontar con entusiasmo, con ganas, los retos diarios que se nos presenten, en ésta o en cualquier otra situación traumática.
Las características descritas en este documento ayudarán a ser más resilientes, pero para que se produzca este comportamiento es preciso que la persona que ha sufrido un trauma psicológico o una situación dañina, como la que ha traído el coronavirus, sea o se sienta acogida por un entorno emocionalmente favorable.
Como reflexión final:
• Procuremos mantener el contacto con el máximo de amigos y seres queridos, aunque sea telemáticamente.
• Gestionemos nuestras emociones, moderando las desagradables o negativas (miedo, rabia, tristeza…) y fomentando las agradables o positivas (alegría, satisfacción, amor, …)
• Con ello activaremos las soluciones que tenemos programadas en nuestro sistema cuerpo-mente-emoción y que hemos comentado a lo largo de este artículo.
• Mantengamos la esperanza y el optimismo como antídoto contra los miedos que se generan en una situación como la que nos ha tocado vivir.
Si seguimos estas pautas para desarrollar nuestra capacidad de resiliencia, con toda seguridad saldremos adelante habiendo aprendido, habiéndonos convertido en personas más fuertes y resilientes.
Luis Santamaria – Psicólogo-Coach